En marzo de 1964, nos recibió un nuevo profesor de apellido Caro que nos haría la clase de Física. En realidad él no era profesor sino un estudiante por recibirse como ingeniero en la UTE, y porque era alguien no mucho mayor que nosotros, hubo de inmediato con él un acercamiento. Además, a la tercera o cuarta clase nos dio un discurso interesante:
Ahora ustedes han llegado al segundo ciclo de humanidades, y a una edad
en que ya se ha madurado lo suficiente como para que puedan pasar a liderar a
los alumnos del Liceo.
Y tras darnos la palabra para ver
cómo podríamos buscar ese liderazgo –algo que a mí no era mucho lo que me
importaba– inteligentemente nos llevó a concluir que podríamos realizar “un
ateneo” que lograra “sacudir” al establecimiento.
Antes de que le preguntáramos qué era
eso del ateneo, se adelantó diciéndonos que hablaría con los otros cuartos
–eran cuatro– para que cada curso escogiera un tema a desarrollar que sería
presentado por cada curso semanalmente por cuatro jueves seguidos en el teatro
del Liceo y en la modalidad de ateneo. Invitaríamos a los cuartos del Liceo de
Niñas y a los de los Sagrados Corazones. Todo bien, claro que cuando mencionó
invitar a los del seminario, recibió un abucheo.
Obviamente estuvimos de acuerdo, y el
siguiente paso fue juntarnos con las directivas de los otros tres cuartos,
reunión a la cual asistí en mi calidad de Vicepresidente del Cuarto A. Se
echaron a la mesa temas tales como “Juventud y política”, “La necesidad del
deporte”, “Solidaridad versus mezquindad”. Todo bien, pero de pronto el
profesor lanzó “¿y por qué no “La adolescencia frente al sexo”?
Nos quedamos anonadados y ante nuestro
mutismo, el profesor apuntó a quien era nuestro presidente y a mí, y fue
inapelable –ustedes van a tomar ese tema, y se tratará en el primer ateneo, el
próximo jueves.
Nada que hacer. Nos juntamos en mi
casa los dos más el chino Kong, secretario del curso. En realidad nos costó
juntarnos porque nuestro presidente ponía problemas tras problemas hasta que
llegó el miércoles, la víspera del día de la presentación.
El chino Kong pura risa, mientras con
el presidente íbamos haciendo un punteo con subtemas tales como “Sexo sin
amor”, “La masturbación”, “¿Es la homosexualidad una enfermedad?”. Empezamos
por ésta porque entre los cuartos nos llamaba la atención tres casos que nos
costaba entender. Hoy como escritor, con respeto los llamo como los llamaba
Cortázar: “era una mujer talvez hombre o mujer o quizá hombre”.
No habíamos escrito cinco frases
cuando nuestro presidente dijo que le faltaba hacer “algo y que ya volvería”, y
se levantó diciendo –continúa mientras tanto, porque para eso tú eres el
escritor.
Claro, yo para entonces escribía,
oficio que era conocido por mis compañeros, pero él desapareció y ya no lo
vimos de vuelta. Fregada la cosa, y el chino era cero aporte.
Estaba sólo amigas y amigos míos y lo
que escribía lo hacía con buena prosa y buen ritmo, pero en contenido no eran
sino creencias y mitos urbanos que había escuchado por ahí en los taca-taca los
que suelen estar muy lejos de coincidir con la ciencia. Hablo de estupideces
como aquello de que los hombres tenemos una cantidad fija y limitada de masturbaciones
y después nos convertíamos en “nucos impotentes”. Esto era algo que un cura se
lo había dicho a un amigo del Seminario.
Desarrollé esos puntos así, en
términos que pese más allá de mi ignorancia de lo científico me daba cuenta de que resultaban soeces y
nada bellos, y a mí el profesor Alfonso Calderón siempre me insistía en la
belleza de las palabras. Por eso, para solucionarlo, tras incorporar belleza, cuando
mi hermano Gustavo apareció, para que mi escrito se pudiera sentir de manera
más cercana a lo científico, se lo pasé para que se lo mostrara a su profesor
de Biología el señor Larrondo con quien, según su horario pegado en la muralla,
él tendría clases a la primera hora del día siguiente.
Gustavo, se estuvo riendo bastante
rato, pero aceptó, y antes de que empezara su clase del señor Larrondo de ese
día, yo que lo observaba desde la ventana vi al profesor destornillarse de la
risa, pero lo vi también atinar y corregir algunas cosas con lápiz rojo.
A las siete llegamos con el chino al
teatro. El presidente no se presentó. Le dije al chino que como él no había
hecho nada le correspondería leer la presentación. Se negó terminante, aduciendo
que como él no lo había escrito se iba a perder. Pero el profesor Caro, al
verme dudar me apoyó y prácticamente me empujó al escenario de ese teatro que
estaba repleto y bien arreglado con sillas que los del centro de alumnos habían
traído para las invitadas –en aquel tiempo el teatro de nuestro liceo aún no
tenía butacas–.
En las dos primeras filas alcanzaba a
ver a las de los Sagrados Corazones con dos monjas que las cuidaban en calidad
de chaperonas. Caro atinó a quedarse a mi lado como moderador, y el chino se
puso al otro para apoyarme, pero en realidad era sólo para hacerse el bonito.
Yo temblaba mientras un foco desde el frente me enceguecía. Había cantado en ese escenario con mi grupo
“Los Cuatro del Norte”, pero esto era otra cosa.
Empecé balbuceando pero Caro que me hizo
respirar profundo. Lo hice y logré leer el primer párrafo, el de la parte de la
masturbaciones. Fue cuando las monjas se levantaron y sus alumnas comenzaron a
salir con ellas. Alcancé a percibir la indignación de esas chaperonas vestidas
de lutos eternos, pero pude ver también que las muchachas sonreían, y que las
del Liceo de Niñas, muertas de la risa, corrían a ocupar los asientos de las
primeras filas, ahora abandonados.
Caro me apretó el brazo para que
esperara a que el auditórium volviera a calmarse. Pude así continuar leyendo a
pesar de algunas risas que aún se sentían. Y logré terminar, hubo un aplauso
cerrado. Caro me dio un abrazo felicitándome, lo mismo hizo el chino como para
mostrar el fresco que también había participado.
Caro tomó la palabra para recibir
preguntas mientras yo caí en un sopor que no me dejaba entender qué preguntaban
ni qué respondían. Estuve como en otra galaxia hasta que todo terminó. Recuerdo
que muchos y muchas se acercaron a así como a felicitarme, pero no podía saber
quiénes eran ni qué me decían. Volví a mi casa semi volando, me acosté. Me
quedé dormido de inmediato.
Al día siguiente mis compañeros me
recibieron con aplausos y abrazos. Durante el recreo largo vino una comisión
del centro de alumnos a ofrecerme el cargo de vicepresidente honorario con
derecho a voz y voto. Respondí que iba a pensarlo. Maravilloso.
Por ese tiempo se almorzaba en las casas. En pleno
almuerzo sonó el teléfono, y mi padre, Vicerrector del Liceo que usualmente no
lo contestaba durante el almuerzo, esta vez por mala suerte se dignó a hacerlo.
Sostuvo una conversación bastante larga. Cuando volvió a la mesa me miró entre
extrañado, pero más bien divertido y me preguntó “¿qué estuviste haciendo?”. No
tuve necesidad de explicar ni decir nada porque Gustavo que había estado en el
teatro lo contó todo muerto de la risa.
Mi papá que se quedó como pensando, de
pronto dio un pequeño golpe en la mesa y me dijo estuviste bien, tranquilo, ya veremos. Mucho después supe que la
conversación había sido con el Rector, el señor Troncoso, pero al día siguiente
en clase de Física, Caro se mandó un discurso felicitándome por haberme
atrevido a decir lo que sentía y lo que seguramente sentían muchos otros. Esto te va a servir mucho durante toda tu
existencia, remató. Al final algo triste agregó que desafortunadamente se
iban a tener que suspender los ateneos, porque
la directora de Los Sagrados Corazones había amenazado con hacer un
reclamo formal a la Inspección Escolar. Después, con algún desaliento, dijo algo
que a todos nos dejó pensando en unos
años más, nadie se va a atrever a censurar a este tipo de actividades
relacionadas con el pensamiento crítico. El pensamiento crítico es lo único que
hace crecer las personas y a las sociedades.
Lo bueno para mí fue que empezaron a
llamarme niñas del Liceo y de los SS.CC. A la mayoría no las conocía pero de
alguna manera se enteraban de mi teléfono. Entre serias y sonrientes me
comentaban de manera forzadamente docta aspectos de mi exposición sobre el sexo
y me preguntaban si iba a ir por la noche a la plaza. Tal vez fue ése el mejor
momento de mi vida escolar, no me refiero al ateneo sino a las muchachas.
MARTÍN FAUNES AMIGO