domingo, 14 de abril de 2013

Ideas de Ignacio Domeyko.

Ignacio Domeyko
Imagen tomada de Wikimedia Commons

Por Ryszard Schnepf

Es particularmente difícil contestar a la pregunta de porqué existen tantas lagunas en torno a la persona de Ignacy Domeyko, hombre que dio fama al pensamiento polaco, no sólo en Chile, lugar donde desarrollo su actividad, sino también en casi toda Europa. Aunque la figura de Domeyko estaba unida, sobre todo, a la actividad científica y social de Chile, también fue relacionada indisolublemente con una serie de grandes acontecimientos pasados de Polonia. Con todo, resulta vano buscar una biografía histórica en el sentido estricto de la palabra. La observación anterior, se hace más patente por existir una gran herencia de Domeyko en forma de amplio material de carácter memorial, numerosa correspondencia a sus amigos, y una serie de artículos y trabajos en los campos de: mineralogía, geología, botánica, física, química, metalurgia, paleontología y geografía.

Toda esta obra, aunque de gran valor para cada historiador (no sólo para el que se ocupa de Domeyko) no ha llegado a ser totalmente aprovechada.

La gran contribución de este refugiado polaco al desarrollo de la joven república latinoamericana, fue acogida favorablemente por los historiadores de este país, de ahí, los numerosos estudios dedicados a la actividad de Domeyko, principalmente la colección editada por la Universidad de Santiago con motivo del 150 aniversario de su nacimiento. Hay que decir que, naturalmente a los historiadores chilenos les interesaban más los logros del científico que el propio personaje. No obstante, en comparación con aquellos, los trabajos realizados por investigadores polacos, que se ocupaban de la vida del científico. Numerosos, pero en mayoría poco valiosos artículos de carácter circunstancial; interesantes, aunque no completas elaboraciones de M. Dimmel, K. Maślankiewicz, J. Trietiak, E. H. Nieciowa, más trabajos de A. Chałubińska y M. Paradowska, agotan, en realidad, la literatura polaca. Además, las obras dedicadas a Domeyko publicadas hasta ahora, tienen caracteres de esquema; en conjunto, limitan su interés a la actividad científico-didáctica y a los lazos que unían al erudito con Polonia; el resultado es el empobrecimiento de este personaje, que ciertamente era bastante universal y pintoresco. Aunque los asuntos investigadores, profesionales y su concepción patriótica dominan de forma contundente los trabajos a nuestro alcance en la actualidad, también hay que recordar a Domeyko como expositor consecuente de unas ideas políticas concretas, como creador de interesantes nociones sobre protección de los indios, y también como persona, que a diferencia de la mayoría de refugiados polacos, encontró su otra patria convirtiéndose indudablemente en su admirador. Casi se puede aventurar la afirmación, de que en los trabajos científicos y artículos ocasionales en torno a Ignacy Domeyko, se han acumulado tantas simplificaciones y superficialidades, que la propia personalidad del científico, junto con sus inclinaciones y defectos humanos, se hizo borrosa. 

El objeto de la presente elaboración consiste sólo, en presentar la silueta del investigador parcialmente, cotejando sus actitudes con cuestiones trascendentes y cotidianas; no es esto tarea fácil, sabiendo lo extenso de sus inclinaciones. En páginas de correspondencia, en sus diarios e igualmente en los trabajos publicados, se ve todo su interés por la vida, su pasión por seguir los normales y «grises» síntomas de la actividad humana, mostrándonos también su opinión sobre: religión, educación, política y asuntos sociales. Analizar la idea del mundo que tiene Domeyko, compuesta de sus hechos y opiniones, es difícil, pero con toda seguridad necesario, para comprender este carácter tan espléndido, lleno de perseverancia y a la vez contradictorio. El límite, tan sutil de captar, para saber dónde termina el admirado científico, el ciudadano del mundo, y dónde comienza el estereotipado noble de Kresy, constituye la llave para averiguar, entender y valorar la persona de Domeyko. 

Religión. 

No es difícil notar que gran parte de las apreciaciones hechas por Domeyko, resultan de sus ideas sobre la religión. Profunda y sincera preocupación por la creencia católica, respeto a la Iglesia como institución, personal reflexión de la palabra de Dios, tan frecuentemente plasmada en páginas de sus cartas; todo esto, tratándose de este científico (aunque este caso no es extraordinario en aquella época) se considera como base de la mayoría de sus meditaciones. El fundamento de lo anterior lo encontramos en sus memorias y cartas. En la repleta vida de Domeyko, también se pueden encontrar numerosos hechos que confirman sus fuertes relaciones con la religión. 

Estando en París, donde pasó unos años como emigrante, se apartó de los grupos políticos, uniéndose al círculo de polacos, donde Adam Mickiewicz fue considerado profeta y líder espiritual. En torno al poeta se reunió un grupo de personas que compartían sus pensamientos optimistas y su esperanza en el futuro, reconociendo la superioridad de la vida interior sobre la exterior. Con estos sentimientos, el 19 de diciembre de 18346, se formó la «Compañía de los Hermanos Unidos», cuyo fin era — como dice J. Trietiak — «renacimiento de la nación a través de la profunda fe en las enseñanzas de Cristo». El acta de fundación fue firmada por: Adam Mickiewicz, Antoni Górecki, Stefan Witwicki, Cezary Plater y Bohdan y Józef Zaleski. Poco después ingresaron Ignacy Domeyko y Bohdan Jasiński. En este grupo de orientación religiosa, Domeyko tenía algo de excepcional, porque para su naturaleza activa y práctica, no era suficiente la vida anímica. J. Trietiak acertadamente dijo, que Domeyko no era «poeta como Mickie­wicz, Zaleski, Witwicki, o incluso Górecki — integrantes de la compañía; así pues, su energía espiritual no encontraba salida en la poesía: no tenía inclinación por la vida contemplativa como, por ejemplo, Bohdan Jasiński». Parece que en este tiempo fue cuando Domeyko se dedico profundamente al estudio de las ciencias naturales. Conviene añadir que, tras unos años, desavenencias surgidas por las ideas religiosas (la relación de Mickiewicz con Towiański) van a romper la profunda amistad y frecuente correspon­dencia entre científico y poeta. «A Mickiewicz, ni le escribo ni le escribiré pronto. Espero que se domine» le decía el científico a su amigo de infancia Władysław Laskowicz.

Poco después, ya en tierra chilena, Domeyko se dispuso a traducir textos religiosos de lengua española a polaca. «En toda la ciudad, sólo un limeño tiene una biblioteca bastante buena y le gusta leer. En su casa he visto obras de Sta. Teresa en español. Me gustaría elegir algunas de ellas, pero no sé si sabré hacer bien la elección» — confesaba en una carta dirigida a Adam Mickiewicz. Fruto de este trabajo fueron las traducciones de escrituras: Exclamaciones del alma a Dios, Siete meditaciones sobre el Padre Nuestro, y El castillo interior o las moradas que luego envió Domeyko a Stefan Witwicki a París.

Estas actividades (a las que se podría añadir muchas otras, entre ellas su lucha por el mantenimiento del derecho clerical en la enseñanza, y de las clases en los seminarios conciliares) vistas desde su condición de emigrante eran sólo, una pequeña muestra de la totalidad de sus ideas sobre religión, en la que él veía representado el bien supremo. En Dios veía a la más alta jerarquía, que movía el mecanismo de la vida terrenal e impartía valores. «Por todo lo que tenemos, gloria al Creador — escribía en una de sus cartas a Władysław Laskowicz — porque solo Él sabe lo que es útil para nosotros, pobres gusanos, llenos de orgullo y vanidad [...]. Lo fundamental es, no perder la esperanza y confianza en lo bueno, porque la pérdida de la esperanza y confianza es una ofensa hacia Dios». La naturaleza divina la encontraba en todo lo bueno, afirmando que «toda la bondad viene de Dios y la maldad de nosotros». Pensaba, que «Dios nos separa de toda ayuda en la tierra para que tengamos esperanza, consuelo y socorro, sólo en Él y en Él mismo». «El que no comprende esto — seguía diciendo — no sabe si vive».

Con toda seguridad la profunda creencia de Domeyko, muestra de lo cual son los citados fragmentos de sus cartas, no era sólo el resultado final de la educación y tradición, aunque estos factores no puedan ser olvidados. Parece ser, y la lectura de su correspondencia así lo confirma, que durante sus años pasados en la emigración, estos sentimientos se estaban reforzando; al mismo tiempo y cada vez más, unía Domeyko los temas de creencia y de Iglesia con el destino de la patria dominada. Así, desde su punto de vista patriótico, el catolicismo tenía que ser el fundamento de la defensa espiritual contra la política de los invasores, y a la vez fuente del resurgimiento nacional. «Ya no cuento más, que con lo que es factible, porque todos nuestros 

cálculos se han ido con el viento — escribía el refugiado en junio de 1863 — solamente Dios, a través de los que creen en Él, va a salvar a Polonia». El auxilio para patria, que constituye la subsistencia de todo lo polaco, sin duda lo constituía, para Domeyko, la perduración de sus raíces en sí mismo; a lo que tenía que ayudar fundamentalmente, la profunda creencia y dedicación a los asuntos religiosos. «De no creer en la providencia, en el juicio superior y en la inmortalidad, se me secaría la ultima gota de sangre en las venas, por tanto añorar». «Si no existiera la creencia y la esperanza en Dios — escribía Domeyko en otra carta — uno ya se habría encogido y asombrado».

En su identificación de fe católica con Polonia, Domeyko iba más lejos, considerando a los enemigos de la Iglesia como enemigos de la patria. «Sin embargo, por todo — dice el científico en su correspondencia a Laskowicz — hay que inclinarse ante Dios, que ha conservado limpia nuestra empresa [polaca — R. Sch.] y la unió a la de la Iglesia, cuyos enemigos son también los nuestros y sus perseguidores nos matan». Por esto, en otras ocasiones, condenaba Domeyko a los franceses — ateos, ingleses y americanos — protestantes, e igual tomaba en consideración otras cuestiones según el índice de creencia o no-creencia.

Es difícil, en realidad, encontrar un problema que tratase Domeyko sin que fuera visto bajo su postura de defensor de la fe, o de cristiano humanitario. Todo esto en gran medida, surge de oponer el tiempo pasado, temeroso de Dios, con el presente falto de fe. Esta oposición, idealmente comprendida, la traslada Domeyko casi a todas las esferas de la vida. La sublimación del pasado y la crítica de los cambios del siglo XIX, referidos tanto a la patria como a las experiencias de la joven república chilena, se presentan en la herencia de Domeyko como un motivo constante, junto a profundos sentimientos religiosos; aunque como se dijo, estos dos asuntos aparecen fuertemente unidos. El amor y la piedad con que rodeaba el legado de siglos pasados y, al mismo tiempo, el trabajo investigador tan nuevo y unido con el moderno desarrollo del país, tenían que ocasionar numerosas contradicciones en sus opiniones y juicios. Es difícil no tener la impresión de que, en la mayoría de casos, aquella fuerte relación con los tiempos pasados no era, sino una defensa de sus raíces polacas, que se conservaron en el recuerdo de la potencia que tuvo la antigua república de Polonia, idealizado lirismo del campo lituano, y también en recuerdos de su padre, cuya figura Domeyko describía con ternura: 

«Vivía al uso polaco y así murió, sin cambiar el żupan por un frac; todavía me acuerdo de su cimitarra, que no se sabe donde se perdió, de su macizo cinturón de la fábrica de Słuck que fue donado, si mal no recuerdo, para la casulla de una iglesia, como era costumbre de los últimos tiempos. El sello de brillantes de mi madre tiene más de 60 años y recuerdo bien que, cada vez que lo ponía —. en fiestas, domingos y en solemnidades — nos hablaba entre suspiros de nuestro padre, que le dio este regalo con motivo de sus exponsales. Esta considerable parte de la casa la he conseguido aquí, tan lejos, y con su consuelo viviré mucho tiempo, si esta es la voluntad del Altísimo, sin desanimarme».

Sociedad. 

Su mirada aprobatoria del pasado, cuyas partes negativas parecía ignorar, se unían con su fuerte crítica al pensamiento político y social contemporáneo y, a las personas que consideraban la tradición como atraso y base de las desigualdades sociales. En sus opiniones sobre las formas de sociedades en los países con los que tuvo contacto, se presenta Domeyko como gran partidario de la jerarquía y amante de los blasones. En una carta a Mickiewicz, fechada en Molsheim el 31 de julio de 1836, dice: «Todo esto está bien pero, no me vas a creer, que extraño y poco agradable resulta andar por un país donde no existen haciendas ni propietarios. Imagínate un país que se compone sólo de: Mirowie, Cyrynowie y Horodyszcze».

Aunque esta observación se refiere a Alsacia, sin duda tiene carácter de opinión general. Esto se ve reforzado por una interesante descripción de un suceso que le ocurrió en París a la entrada de un teatro, que comenta Domeyko en Mis Viajes:

«El gentío era enorme. Que tormento para un polaco esperar, á la queue, por lo menos una hora, para entrar a la primera planta y al final de una cola de trabajadores, costureras, estudiantes, etc... Si pasara esto en la patria en los tiempos jóvenes, quizás empujase a más de un proletario, cocinera o albañil. Pero aquí esperamos con paciencia metidos entre dos estrechas rejas, que separan a unos de otros; de forma que si llegara un enfrentamiento, sólo se podría tener con el vecino más cercano, sin participación de los demás». 

Es posible que, según sugerencia de A. Chałubińska, tengamos que tratar este tipo de confidencias de forma poco seria, sin embargo es imposible dejar de sentir la sinceridad del autor, tan enamorado como estaba de la orgullosa tradición nobiliaria. Otras opiniones contenidas en hojas de su correspondencia y diarios, aluden al concepto de dignidad de Domeyko. 

Un párrafo de sus recuerdos, referido a su invitación para una fiesta del electorado chileno, refleja su mucha adoración, por la tradición conservadora de la nobleza, por los bullangueros sejmiki y por los ruidosos banquetes, que por otra parte colisionaban con su, tantas veces repetido, amor a la tranquilidad y llamadas a la modestia:

«Reconozco que al oír las palabras "banquete", "invitación", "los nuestros, los mejores" — cuenta Domeyko en Mis Viajes — siento un cosquilleo en el corazón, me pongo a pensar en nuestras mesas de sejmiki, en los abrazos hermanados, nuestro "los unos por los otros" y aquellos tiempos joviales en los que un hidalgo con su granja, era visto igual que el administrador real».

A la vez que tiene Domeyko mucha admiración y simpatía por los nacidos de la élite, no se deja de sentir en sus opiniones un tipo de desprecio, o al menos indiferencia para todos los humildes, con los que hay que tener caridad (según el sentir del humanismo cristiano) pero que tienen en sí otro tipo de calidad. Populacho, canalla, necios — son los adjetivos que frecuentemente acompañan sus descripciones de la pobreza. Una de ellas, referida a Chile, vale la pena citar: 

«El vulgo y los parias de las calles, son aquí como en todo el mundo tontos, dados a las borracheras y al libertinaje; puesto en libertad, no sabe que es lo que hace, pero no pierde la fe. ¿De qué le sirve ir los domingos a la iglesia, escuchar, a veces, el sermón y rezar en pascuas?; todo esto no vale de nada, mientras este esclavo de la carne y las diversiones materiales viva en el empedrado, siempre en el mismo polvo».

Totalmente distintas suenan sus descripciones de la clase alta, de su fortuna y buenos modales y, en fin, de su finura, aunque el mismo Domeyko, como nos asegura frecuentemente, gustaba más de las formas sencillas y abiertas.

Esta división en dos clases concuerda casi totalmente con el reparto de las obligaciones, sin embargo, en esto no era ya el científico tan consecuente. A pesar de reprocharle lujo y ociosidad a la nobleza polaca, apoyaba en general el mantenimiento dé las jerarquías sociales y la división entre los que gobiernan y son gobernados, en virtud de su nacimiento. Criticaba pues, fuertemente al «pueblo que cada día tiene más ganas para empezar toda suerte de borrasca política», viendo en este sólo al «populacho [que] [vive — traductores] en los pueblecitos, teniendo fresca en la memoria lo fácil que es robar y saquear, bajo pretexto de libertad y patriotismo». En cambio, escribía Domeyko en la carta a Władysław Laskowicz, fechada el 15 de octubre de 1855:

«En nuestra patria o en la emigración, tiene que ocurrir algo similar que en el resto de los países: falta de corazón y valentía en la gente llamada a gobernar, audacia y orgullo en los llamados a escuchar, y en casi todos flaqueza y vagancia en el servicio a Dios. La primera señal compasiva de Dios será cuando nos muestre al Hombre».

De parecido estilo son las palabras que Domeyko pone en boca de Don Mateo, un conocido suyo chileno. Estas palabras expresan seguramente los mismos pensamientos que tenía el autor de Mis Viajes, o al menos las cita el científico con gran satisfacción. Así expresa Domeyko las palabras de Don Mateo: 

«Se necesitan seminarios, se necesitan escuelas regidas por instruidos y ejemplares curas; para cargos oficiales hay que nombrar a gente de alto rango, no a zambos y a mestizos, pasaremos sin ejército, además, el Señor nos da lo que hace falta».

Si a la gente de clase alta, les asigna Domeyko el papel de gobernar y de poseer, ¿cómo entonces creía en las obligaciones del pueblo simple? Contra toda apariencia esta cuestión no es sencilla, aunque podría parecer que el científico, innegable hijo de la clase nobiliaria, debería clamar por el retorno a Polonia del feudalismo. Opiniones contenidas en Cartas a Włady­sław Laskowicz, aunque no frecuentes y extensas, demuestran mientras tanto, la benevolencia con que ve Domeyko la adjudicación de las tierras a los campesinos en el territorio de la patria. A pesar de que esta opinión, era positiva — como se afirmó — no le faltaban temores y dudas. «Veo — escribe el emigrante en una de sus cartas a Laskowicz — [...], que el asunto del vasallaje, no quedará sin consecuencias, y puede causar mucha confusión, pero va a terminar en algo mejor de lo que existía hasta ahora. [...] Por causa de los campesinos hay mucho liberalismo aunque campesino, y mucha honestidad, aunque nobiliaria». «Ya sé — dice en otra parte el famoso científico — que resultado tuvieron las nuevas resoluciones para el campo. Sin embargo, considero este suceso y la nueva reforma como favorable para el país, e incluso para nuestra causa nacional, aunque es seguro que nuestros propietarios al principio sufrirán mucho. Este es el momento en que los curas y párrocos deberían ponerse a trabajar, y ser los únicos inter­mediarios entre el patrón y el campesino, Dios les ayudará. ¡Ojalá! que este 
cambio, también contribuyera a refrenar el lujo de nuestra nobleza y su vanidad, al tiempo que la animaría y obligaría al trabajo». 

Opiniones más concretas, (debido a la cercanía del terreno observado) y a la vez radicales, aunque no muy claras, ha dejado Domeyko refiriéndose a la situación del campesinado chileno. Con respecto a esto, el científico condenaba tanto las relaciones en el campo durante el período colonial, como las reformas liberales, a las que reprochaba su inutilidad. Vale la pena reseñar un amplio fragmento dedicado a estas cuestiones: 

«Cuando llegó la época de la independencia nacional y el abandono del dominio español, la República rápidamente proclamó su libertad y anuló aquellos municipios y enmiendas, pero por respeto a la prescripción, o por otras causas, no tuvo bastante fuerza para quitar la tierra a los que la poseían desde hacia tres siglos, y devolverla a los indios, sus antiguos dueños.

¿Qué surgió de esto? Que los liberales, descendientes de los ocupantes, dándose cuenta de que la tierra y los bien llevados caseríos de aquellos inquilinos tenían más valor que el inquilinato y la mano de obra recibida de ellos, les dijeron: «Sois libres, podéis ir donde queráis». En resumidas cuentas, les desterraron dejando sólo un pequeño grupo de familias en las antiguas haciendas, cuando era necesario cuidar el ganado vacuno y cultivar los pastos artificiales y las siembras. Contentos por su libertad, la mayor parte de los indios se dispersó, y desde entonces trabajan por cuenta propia; pero ya no volverán para extraer el oro porque las más ricas minas fueron agotadas; trabajan en la tierra que encuentran, o van de mineros a los yacimientos de cobre y plata, que desde la puesta en marcha de los puertos y el comercio, ocupa la mayor parte del capital y la industria chilena». 

Lamentaba pues, Domeyko el destino de los campesinos indios para quienes las inconsecuentes reformas liberales no supusieron mucho, aunque es difícil precisar si para su carácter práctico no supuso mayor golpe, las abandonadas y desperdiciadas minas. De forma más drástica describía el científico la situación del campo chileno en hojas avanzadas de sus diarios, reflexionando detalladamente sobre el complicado sistema de dependencias entre el campesino y el patrón, señalando las posibilidades jurídicas a disposición del propietario de la tierra, que le permitían, prácticamente, cautivar a los arrendatarios. Conclusión del relato anterior es una frase característica de Domeyko que dice lo siguiente: 

«En todo caso hay motivos importantes por los que — como vemos en el instruido siglo actual — la gente rica, aconsejándose más por las leyes que por el corazón, leyendo el código en vez de el evangelio, se persuade de que puede hacerse todo lo que no se opone a la ley, o que por las grietas jurídicas como por un colador es posible escaparse, que no existen otras obligaciones entre ricos y pobres que las que se pueden hallar en un contrato».

Teniendo en cuenta las extensas descripciones de la situación social en el campo chileno, en las que su autor no es un mero narrador, hay que preguntarse, ¿cómo se imaginaba Domeyko las normas ideales y cómo veía la relación entre propietarios y trabajadores sin tierra? El fragmento del diario citado anteriormente sugeriría, que su autor era partidario de parcelar las posesiones de los terratenientes y entregarlas a sus legítimos propietarios, o sea los indios; que se transformarían en libres y pequeños campesinos. Sin embargo, en otro sitio, criticando el comportamiento de los patrones les echaba en cara que «chupan del hombre laborioso todo lo que pueden, sin mostrar ningún interés por ilustrarlo, corregirlo, o atraerlo usando el amor». En este terreno pues, Domeyko con su idealismo típico, se erige en portavoz de las relaciones patriarcales, donde el patrón desempeñara el papel de docto protector que trata por igual a su interés que al de los arrendatarios a sus expensas.

Así como respecto a la situación en el campo, tenía Domeyko algunas dudas cambiando con frecuencia de opinión; nunca le faltaron palabras de censura al referirse a los poseedores de las minas. «¿Qué hacen los explotadores de estas ricas minas? — escribía el científico en sus diarios — gentes con millones que de cuando en cuando vienen aquí para alegrarse viendo la mena sacada de la tierra, o viven aquí sin tener confianza con sus obreros. Estos propietarios pasan los días jugando cartas o duermen, comen y toman excelentes bebidas sin tener en cuenta el destino y el bien de los mineros que trabajan a su cargo». En otra parte dice: «aquellos ricos, poderosos propietarios de minas, son tramposos, dicharacheros, comilones y egoístas, que aunque se quejan tanto del pueblo que trabaja para ellos, no hacen nada para mejorar sus condiciones de vida, tanto en el aspecto moral como material; parece que sólo empeoran el destino de los mineros». Con esto, de nuevo veía Domeyko la posibilidad de mejorar el futuro de los mineros en una conveniente protección de parte de los propietarios, en su cuidado por el bienestar de los trabajadores merced a los ideales de concordia y humanitarismo. ¡Qué superficial forma de comprender el tema! 

Con especial hostilidad — se puede añadir finalmente — trataba Domeyko a los comerciantes, cada vez más numerosos en aquella época. No sólo les culpaba de la desmoralización social y les consideraba portadores de todo mal, sino que también criticaba su protestantismo (en la mayor parte de ingleses y alemanes) al que veía como causa de la ilegalidad. «En el país también tranquilidad y el gobierno de aquí bastante prudente y moderado; los habitantes se enriquecen, junto a la multiplicación de la riqueza se desarrolla el lujo y el egoísmo, cada vez más a la vista ejercen su comercial y anárquica influencia los protestantes y negociantes. Afortunadamente el clero se mejora, tras los esfuerzos de su honorable obispo, y con más ánimo se enfrenta a los ingleses y alemanes».

En general, las ideas de Ignacy Domeyko, categóricamente conservadoras, resultan ser en muchos casos inconsecuentes y sobre todo superficiales. Como es fácil notar su crítica idealista, no estaba apoyada por argumentos científicos, en la mayoría de casos dominaba la intención creadora, los sentimientos prevalecían sobre la realidad. «Las verdaderas mejoras de la sociedad vienen despacio, sin ruido y tranquilamente — resume Domeyko en una de sus cartas a Laskowicz, su opinión sobre el progreso social — se desarrollan de manera natural, exigen paciencia y renunciamiento del amor propio; nadie lo sabe, pero es posible que ninguno, incluso el más grande de los sacrificios o hechos particulares, contribuyan al bien de la humanidad, sólo en algún caso, cuando apenas se notan dan su verdadero fruto». 

Política. 

El parecer sobre la sociedad se une de forma natural a la visión de los problemas políticos. Domeyko era un apasionado de la política, observando atentamente los acontecimientos que ocurrían tanto en Europa, como en América Latina.

Durante su etapa de emigrante en París, se incluyo el joven Domeyko en la vida política de los refugiados polacos, que en este tiempo estaba dividida en dos bloques contrarios: el democrático y el que se apiñaba en torno a la figura del conde Adam Czartoryski. «Aunque Domeyko tenía amigos en las dos partes — escribe J. Trietiak — el conservadurismo de sus principios le inclinaba más hacia el segundo grupo». A pesar de afirmar Domeyko que «al conde Adam [le — R. Sch.] acercaron», sus lazos con la Compañía de la Ayuda Científica y con la Sociedad Literaria, parece que las raíces de esta simpatía hay que buscarlas mucho antes, en el respeto a la tradición, en el profundo homenaje al escudo nobiliario, y también en cierta' idolatría con que trataba el científico a la alta aristocracia, que en su convicción simbolizaba la pasada potencia de la patria. Probablemente a Domeyko le atraía también el respeto con que le obsequiaban Czartoryski y sus potentados amigos, y el hecho de ser siempre acogido con gran aceptación, incluso con la adoración que se le debe al hombre honrado y gran patriota. Efecto del activo compromiso en el terreno político de los emigrantes, y de acercarse al grupo de Czartoryski fueron las amplias descripciones de cada 
partido y de sus activistas incluidas en sus recuerdos. Especialmente interesantes de señalar aquí, son el miedo y la repugnancia con que se refería marcadamente el autor de Mis Viajes a los elementos radicales. Entre otras cosas escribe Domeyko: 

«Empezando por Lelewel, había una serie de gente contagiada del nuevo espíritu, que en sus vértigos de cabeza, o quizás de corazón y teniendo en cuenta los errores (sólo nuestros) que perdieron a Polonia, condenarían todo nuestro pasado nacional, entrando en el futuro reformador e inseguro. Se agolpaban aquí, con movimientos impulsivos, las extrañas figuras de los: Mochmacki, Gurowski, Worcell, Mierosławski, Czyński y nume­rosos nombres, entre los que demasiado desagradablemente, entraba por los ojos el cura Pułaski, amenazando a todos con el pueblo y la horca. Muchos jóvenes con los más limpios sentimientos y enérgicas ganas, acordándose del último esfuerzo de la patria y de las provisiones en gran parte malogradas, 
se han juntado alrededor de este tormentoso fuego buscando enseñanzas y posibilidades entre los impetuosos franceses, los nuevos demagogos, e incluso masones y conspiradores italianos y parisinos. Numerosos jóvenes emigrantes buscaban con toda su alma la salvación de la patria en el movimiento liberal cosmopolita, también había otros que mostraban preparación para renunciar a toda tradición polaca y el buen nombre de nuestros más populares patriotas, si esto fuera preciso para mover a las masas con las ideas, llamadas por ellos, de libertad, igualdad y supuesta fraternidad».

Como se ve claramente, el criterio básico de valoración era para Domeyko su opinión sobre todo el pasado polaco con sus altibajos, tratado por él con tanta blandura. En concordancia con esto, nos presenta el autor 
de Mis Viajes un juicio completamente distinto al anterior, al hablar del conde Adam Czartoryski y su círculo, en el que se conservó el cuidado por los relictos del pasado y el culto de la aristocracia polaca, poderosa y al tiempo magnánima. Llena de veneración, su descripción del conde determina sin duda, más que nada, la opinión de Domeyko sobre Adam Czartoryski.

«El tono de su voz era agradable y moderado — escribía muchos años después el científico — su lenguaje correcto, limpio y natural, hablaba lentamente, con reflexión y solemnidad, pero nunca fría o indiferentemente. Unido al gran conocimiento del mundo y de la gente, emanaba de su persona el espíritu nacional, la fuerza moral y la tranquilidad de la mente; así que nunca se dejaba arrastrar por la ira ni desproporcionaba las cosas; era imposible ver en sus conversaciones la más pequeña afectación. Nunca hablaba de sus enemigos en la emigración, estaba liberado de rencores y venganzas personales».

A la sazón de estas apreciaciones se nota que es inútil buscar en ellas cualquier análisis profundo de su actividad política y del programa de este grupo, con el que finalmente Domeyko se identificaba fuertemente.

Bastantes juicios y observaciones sobre temas políticos nos deja la estancia del científico en Chile, desde donde Domeyko seguía con atención los acontecimientos que ocurrían en Europa, buscando en ellos ineficazmente posibilidades para un resurgimiento de Polonia. También observaba los sucesos del continente latinoamericano. Estos dos mundos que diferenciaba el emigrante polaco, aceptando consecuentemente uno y reprobando el otro, fueron descritos apretadamente en Mis Viajes. Estas son las palabras de Domeyko: 

«De un lado el terreno del alma no fácil de cambiar, fuerte creencia, costumbre de obedecer, respeto a los superiores, afición [al] orden y a la tranquilidad, la sangre española en las venas y orgullo español, solemne dignidad, caballerosidad, vigilancia e influencia del clero. De otra parte, la importunidad del liberalismo y el recuerdo fresco de las crueldades que se perpetraron al abandonar su dominación los realistas, nuevas ideas del orden, del gobierno, e influencia de Estados Unidos, republicanismo, cámaras, prensa, comercio abierto y mercancías lujosas. Estas dos corrientes opuestas se han encontrado; elementos distintos, mezcla, reliquias del pasado y nuevas tendencias».

Objeto especial de los ataques del científico, fue el pensamiento político y social de su época, sobre todo el liberalismo, entendido en su forma común (y más bien superficial). En el veía Domeyko la causa de todo el 
mal, fermento y turbación. Y aunque llevadas demasiado lejos las diferencias entre liberales conservadores, Domeyko no vacilaba en estigmar duramente a los primeros «llamados patriotas desde los tiempos de la guerra por la independencia, que junto al espíritu independentista, en su juventud, lamían el liberalismo francés. Tienen grandes aliados en los ingleses-protestantes, en los franceses-ateos, en los alemanes y en el comercio; el sitio aireado por ellos es Valparaiso». El científico, enamorado de la tranquilidad poblana de Coquimbo, veía de forma similar a la capital del país, Santiago, considerada por él como foco de libertinaje e inmoralidad, que «tras un aislamiento trisecular, tiene en el acto los puertos abiertos, libertad de expresión, incluso libertad para las frivolidades, se queda sin rey, sin militar foráneo; absorve innumerables pendencieros, propagadores del liberalismo, pacotilleros de las más repugnantes obras de Pigault-Lebrune, Voltaire y Volney, así como de estampas lascivas».

Para Domeyko la causa de las desgracias era el moderno pensamiento político que como «socialismo, comunismo y abstracciones liberales, están apoyadas sobre el egoísmo material del populacho». Parece ser que en los comienzos de su hostilidad hacia el pensamiento moderno se hallaban, no sólo la religiosidad del científico, sus ansias de defensa de la fe y de los derechos de la iglesia, sino también el miedo a la revolución popular y a la venganza de la pobreza. «Ya me imaginaba — escribe Domeyko a Laskowicz, con motivo de llegarle noticias de la Comuna de París — que te mataron los comunistas, que quemaron tu casa y lo que era tuyo, que tam­bién a Chełchowski le cogieron, y que se terminó nuestra vieja emigración. Por la nueva no vale la pena ni preguntar». En otro lugar, caracterizando la situación de Chile a principios del año 1851 afirma: 

«Lo peor es que de Francia y Alemania, continuamente llegan hacia aquí diarios, novelas, todo tipo de folletos y malcontentos, que no dejan a este país organizarse como se debe e introducen falta de fe y desprecio para los superiores, la Iglesia y el Gobierno. No falta mala gente y literatos que empezaron ya a instigar entre el pueblo y a difundir utopías de socialistas y comunistas. También los políticos de aquí creen que la moderna civilización les autoriza para luchar contra el clero. [...] Si algún día irrumpe el pueblo libertino de este país, realizarán en un año lo que hasta ahora no han hecho sesenta años de juegos demagógicos europeos. Esto es de lo que tienen miedo las personas de corte antiguo, soldados y patriotas de los tiempos de la guerra por la independencia, educados en la escuela de la severa y humilde piedad». También sin duda le tenía miedo Domeyko.

El científico no era indiferente para los asuntos políticos del país donde se estableció. El profundo conservadurismo de sus ideas políticas, notable en la falta de simpatía por los liberales chilenos, se ve reflejado sobre todo en hojas de sus cartas y en su diario, porque de la actividad práctica que seguro.le atraía, se guardaba, cuidando su status de extranjero y tratando de conservar lo máximo posible su estricta neutralidad. «Yo como antes, trato de ser neutral e imparcial y evito meterme en el movimiento» — escribía Domeyko en una carta el 14 de enero de 1859. El científico también era consecuente con esta determinación, casi veinte años después cuando afirmaba: 

«Yo, entretanto, trato de [no] hablar sobre esto [sobre su salida de Chile — R. Sch.] y evito como puedo a los partidos políticos, dedicándome más que nunca a mi laboratorio».

El deseo de no participar en la vida política del país (motivo de esto, según Domeyko, era entre otros, el hecho de tener amigos en bandos rivales) no era fácil de conseguir. Es bastante significativo el caso en que Domeyko, viviendo fuera de su casa durante el período electoral, decidió residir en el hogar de un hombre tranquilo, ocupado con la industria minera y aparentemente libre de política. Entretanto — escribe el autor de Mis Viajes — «Don Vicente poseído de una fiebre, guiado por el honor e incitado por sus hermanos, se ha entusiasmado tanto por el asunto político, que ha sobrepasado a muchos oíros en fervor y se contaba ya como uno de los dirigentes. Me di cuenta, pero demasiado tarde, de que residiendo en casa de uno de los principales cabecillas del partido del gobierno, estando en relaciones amistosas con el gobernador y el juez de este departamento e igualmente con los mas importantes empleados y partidarios del grupo gubernamental, no era visto con agrado por sus adversarios, cuyo partido opositor tenía numerosos miembros, ricos propietarios e industriales, no menos afanados por el bien del país». Más adelante dice: 

«Dándome cuenta de lo que se está fraguando, de que distinta de la nuestra era esta actividad política, y acordándome de lo que dijo el señor Reszka sobre lo mal que le fue su interés por ver los sejmiki, sin pertenecer al partido, he decidido entonces desaparecer del campo de batalla e irme a las montañas, ocupándome mejor de mineralogía y geología que de ver la debilidad y miseria humana».

En cambio, no estaba Domeyko tan exageradamente cauteloso con los comentarios, especialmente abundantes, en sus recuerdos del año 1841. Los primeros meses de este año los paso el científico en Santiago, siendo testigo de las campañas electorales con motivo de las elecciones presidenciales. Su apreciación de este acontecimiento constituye un material especialmente valioso tanto para dar una imagen de la situación interior en Chile como para conocer la postura del autor. De forma general describe Domeyko a los conservadores y liberales, los dos grupos políticos oponentes de Chile.

«Dos [...] partidos, aunque no tan encarnizadamente contrarios como ocurre en las viejas naciones europeas, dividen a la clase alta en dos bandos, al hablar de alta me refiero a la que no usa poncho; pertenece a ella casi toda la población comerciante y parte del artesanado, porque los peones, mozos de labranza, incluso cultivadores y el pueblo campesino que labra, todavía no toman parte en la política, y clase media en su aceptación literal no existe aquí. El partido más antiguo de los dos, el conservador, bajo la dirección de los mayores propietarios, se esfuerza como puede para salvaguardar la religión, el orden y cierto respeto por la superioridad, las viejas costumbres al corte antiguo y tiene tras de sí al clero. Los liberales lo llaman el partido de los "pelucones", o sea de las personas que exigen el retorno a los tiempos en que dominaba la peluca. Por otro lado los serios y religiosos conservadores, les han dado a los liberales el mote de "los pipiolos", léase boquirrubios incostantes, de carácter ligero, dispuestos a hacer cualquier cosa, y que no son amigos de la Iglesia».

Aunque las apreciaciones anteriores están libres de valoración, las simpatías del polaco se inclinan del lado de los conservadores, a lo que le empujaba su respeto por la tradición y los derechos de la iglesia. En cualquier caso, no es difícil notar que las características citadas antes referidas al partido conservador, constituyen un preciso reflejo de los conceptos del propio Domeyko. Por el contrario los juicios del científico para con los liberales eran críticos, aunque carentes de filo. Como excepción encontramos la descripción de la visita que hizo a casa del líder de «los pipiolos». El autor relata:

«Estaba invitado a comer por el señor Vicuña, uno de los jefes del partido extremista de "los pipiolos". Ya se sentía allí el elemento francés: griterío, burlas a monjas y frailes, ataques al gobierno, a la reacción del partido dominante y a la pérdida de ánimos; se podría decir que vivimos como en vísperas de la revolución».

Leyendo Mis Viajes, en los que el autor dedica bastante espacio a los asuntos políticos de la joven república (los fragmentos citados sólo representan una reducida parte) destaca de forma clara, el cuidado con que el científico examina estas cuestiones. Esto se comprende, si se tiene en cuenta que sus recuerdos los escribía con la intención de publicarlos también en Chile, como así ocurrió. Las opiniones más determinadas las encontramos en cambio, en sus cartas para los amigos, donde el profesor expone sus opiniones en el mayor grado. Informando a Laskowicz sobre las elecciones presidenciales cercanas y sobre la rivalidad de los dos partidos, escribía el científico el día 24 de Julio de 1851 desde Santiago: 

«Cada uno se deja llevar por el liberalismo, y quiere salvar a la humanidad, y sucede que bajo este pretexto se puede mentir y amonestar y matar y desear la propiedad ajena. Se olvidan de Dios. A la vez el pueblo simple cada día tiene menos respeto y consideración a las autoridades, las leyes, la instrucción pública y la fortuna, aunque haya sido reunida con trabajo, industria y ahorros». Hay que añadir, que no es esta la única ocasión en que Domeyko hace un juicio aventurado sobre los liberales, como si estos quisieran hacer un atentado contra la propiedad privada. Pero la mayor parte de estas objeciones se debían a asuntos de fe, de la institución eclesiástica y de la educación de la juventud. «Aquí — escribe en una carta el científico — aunque el nuevo presidente y gran parte de los mejores ciudadanos aun no han capitulado y mantienen el orden, aunque la autoridad eclesiástica todavía es fuerte, ya levantan las cabezas y amenazan los llamados liberales, que pensando que la Fe subyuga al hombre acechan a la Iglesia».

Las críticas al pensamiento liberal sobre la religión católica, tienen cabida igualmente en hojas de la correspondencia de Domeyko con motivo de los debates parlamentarios referidos a la nueva constitución. «Los liberales — escribe el científico en carta de 30 de Junio de 1865 — empiezan la reforma de la constitución, que desde hace más de 30 años tanto bien ha traído al país, y comienzan por el artículo 5 donde se mantiene que la religión católica es la religión de la República, y que las demás religiones son toleradas pero prohibiéndoseles el libre culto. De ahí el gran barullo entre el partido de los jóvenes descreídos y entre los católicos, que quieren mantener el artículo».

Pese a sus numerosas declaraciones, no le fue posible al científico mantener su pasividad y neutralidad en el acaecer político de Chile. Y he aquí, que Domeyko decide conscientemente presentar unas cuantas veces su candidatura para la, en apariencia inocente, función de rector de la Universidad de Santiago, dándose cuenta de que representaba, aunque inoficialmente, al grupo conservador. Es difícil averiguar si al hacer esto, el científico se guiaba por sus ambiciones o por su particular forma de entender el bien social, que le hacía oponerse al peligro de un rector liberal. Domeyko relata: 

«Es cierto que el partido — llamado aquí clerical — que me llevó al rectorado hace 5 años y los seguidores del gobierno, estudian al lado de quien ponerse en las próximas elecciones. No había concordia. La oposición está con el candidato anterior, y entre los del gobierno se propuso para el rectorado a un hombre impío, o al menos conocido por su aversión a la Iglesia. El presidente, el ministro de instrucción pública y muchos respetables ciudadanos han tenido la idea de restituirme como rector, con la esperanza de que así conciliaran a los enemistados, o que al menos entorpecerán la elección de aquel liberal al que apoyan los "rojos"». Como se ve, Domeyko estaba atado no sólo con ideas, sino también con hechos al partido conservador, considerándolo como el realizador de la mayoría de su propio ideario. 

Hay que decir que la situación interior de Chile no apartaba al científico de lo que pasaba fuera de las fronteras del país que le acogió, sobre todo de los acontecimientos que ocurrían en la arena europea, donde el emigrante polaco buscaba señales que podrían ser precursoras de un nuevo mañana para su patria. Comentarios contenidos en Cartas a Władysław Laskowicz, son un valioso material más, para el estudio sobre las ideas del investigador.

Aunque sin señales de un profundo análisis, parecen interesantes las frases dedicadas al futuro de Polonia, o mejor dicho a las posibilidades de conseguir su independencia. Un buen punto de partida consideraba Domeyko, y así lo apuntaba numerosas veces, dividir a los ocupantes de la patria y así debilitar su posición en Polonia. El refugiado extendía sus esperanzas también a Francia, aliada tradicional a su parecer; pero también estas esperanzas se desvanecían con el paso de los años. No compartía en cambio Domeyko, el entusiasmo que entre muchos despertaron los acontecimientos relacionados con la Primavera de los Pueblos. Por el contrario, en las batallas que se sucedieron en tierras polacas veía sólo demagogia y alboroto, reprochando a los dirigentes del levantamiento su falsedad e hipocresía. En carta a Laskowicz del 28 de octubre de 1849, escribía Domeyko: 

«Nuestro más grande enemigo es el movimiento demagógico, que ya nos llevó a lo de Galicja, y removió a Poznań, y tras el cual nunca podría­mos integrarnos en Polonia».

Tres meses después, valorando a la jefatura del levantamiento polaco, afirmaba:

«Se nota que las ordenes no venían de un jefe honrado y verdadero. Que horror sería entrar a Polonia en alianza con los masones, proudhonianos y rougetistas; también nuestro Bem se comportó de maravilla. Ha golpeado a Polonia, con su pase a la creencia turca como nunca nos golpearon rusos y austriacos. Y, por nuestros tontos hermanos que lucharon en Roma contra el papa, cuánto tendremos que sufrir todavía?».

La independencia que esperaba Domeyko y a la que ligaba sus pensamientos, no era una simple independencia, un bien absoluto sino una independencia con matices políticos, lograda con la ayuda de las fuerzas conservadoras y en el espíritu cristiano. 

A través de los asuntos polacos y con sentimientos contradictorios, observaba Domeyko la intervención francesa en México y su intento de instaurar una monarquía. En este hecho veía por una parte, el peligro de 
la distracción francesa en los acontecimientos europeos y a la vez polacos, y por otra, el deseable hecho de continuar la cristianización de América Latina y asegurar mayor estabilidad en uno de sus países. «Entretanto temo — escribía el científico en una carta — si este intento del emperador por constituir una monarquía en México no le enredará en una larga guerra en este continente. En general el espíritu de toda esta América española es antimonárquico. Contra Francia comienza un ambiente maligno y la astucia e intriga de los Estados Unidos, los que interesa sobre todo, el mantenimiento de la situación anárquica en el país vecino, contribuye a instigar al pueblo en contra de los europeos. Verdad es, que aquí, y en muchas otras repúblicas americanas, hay gente prudente que, cansada de las constantes guerras civiles, quisieran tener un gobierno fuerte, mucho más autocrático incluso que el monárquico, pero sienten una gran aversión por la monarquía. [...] Y si mientras en Estados Unidos termina la guerra, el asunto mexicano se puede complicar fuertemente en perjuicio nuestro y sin buenos resultados para el emperador y la población. Les costaría muy caro a los franceses sentar en su trono a un austriaco, olvidándose de Polonia». De esta forma notoria se identifica Domeyko con aquellas personas prudentes. Esta estimación se ve apoyada en el fragmento de una carta más: 

«Entretanto toda — como se ve — nuestra esperanza para la patria en el planeta, es Francia — afirmaba el científico — y esa desgraciada expedición mexicana puede complicar [nuestros — traductores] intereses. Con asombrosa ceguera y con dureza en el corazón la miran los americanos españolizados y todas las, aquí llamadas, repúblicas, que no saben que el peligro más grande que les amenaza no es el de Europa, sino el de Estados Unidos».

Opinión completamente distinta — hay que subrayar — tenía Domeyko sobre la intervención española en Perú, a la que veía como una agresión ordinaria y no temía llamarla «La injusta y costosa guerra». Condenaba también las riñas y conflictos entre las jóvenes repúblicas latinoamericanas (en su correspondencia con Laskowicz, describe más ampliamente, la así llamada «Guerra por el Pacífico»), causantes de la ruina de países y de la desmoralización de naciones.

Con el asunto de la guerra europea y la expansión norteamericana en terreno de América Latina (ésta según Domeyko era la más peligrosa) se une claramente la conquista española (sobre la que el científico tenía una particular opinión), y también el problema de la población local indígena, a quienes dedica un trabajo aparte.

El tema de la opinión de Domeyko sobre la conquista española, lo aborda en la introducción de Mis Viajes E. H. Nieciowa, señalando:

«En amplias descripciones muestra Domeyko el heroísmo de los "hijos de la naturaleza" y la crueldad de los conquistadores, pero de vez en cuando [...] veía a estos primeros invasores como románticos caballeros de la fe, a los que no el amor al oro sino "un elevado fin les conducía al descubrimiento y conquista de las inconmensurables tierras del Nuevo Mundo».

Pese a señalar la editora de las obras de Domeyko, que esta admiración era aparente, y que no probaba una profunda simpatía del científico hacia los conquistadores españoles, hay muchos fragmentos de recuerdos y correspondencia que indican lo contrario. No significa esto que Domeyko bendijera totalmente la expansión colonial, porque se sabe que en otros casos, sobre todo en los contemporáneos, mantenía una postura crítica. Sin embargo, el emigrante polaco tenía una visión particular de la conquista, en la que la adoración por la fe católica y fascinación por los actos «heroicos», eran más fuertes que sus sentimientos de libertad e independencia. 

Culto especial rendía Domeyko a la figura de Pedro de Valdivia, domador de los indios mapuche, de la parte sur de Chile, y a su grupo. «El [Valdivia — R. Sch.] y sus compañeros — relata el científico en sus recuerdos — sin cesar en la lucha y el trabajo, conquistaron las tierras desde Copiapó hasta Arauco y en campo Tucapel, en la batalla decisiva, donde cada español tenía que luchar contra diez araucanos, ha muerto el valiente D. Pedro, con su capellán, acabando de rezar y de entregarse a Dios».

La muerte de Valdivia, entendida por Domeyko como un sacrificio por Dios, constituye el objeto del relato escrito con gran amor y piedad. A este fin, y no sin causa, cita el científico el último manifiesto del conquistador a sus soldados, que suena como el himno de las Cruzadas: 

«Llevemos la fe de Cristo a esta populosa paganidad; de ella saldrán honradores del Dios verdadero, daremos millones de sirvientes a la santa Iglesia romana, ampliaremos las fronteras del obispado de Cusco, a nuestro rey de España se le entregaran muchos países, a la geografía nuevas extensiones, [recibiremos —traductores] nuevos beneficios de estas tierras, y para nosotros mismos el santo emblema de descubridores, primeros conquistadores y colonos que pusieron paz y orden en estos vastos países». 

«Así era el espíritu de aquellos tiempos y la grandeza de estos soldados, añade luego el mismo Domeyko, intención tan sublime les alentaba a descubrir y conquistar las amplias tierras del nuevo mundo; tan noble orgullo, el amor a la gloria, a la patria, al rey, el fervor católico y en resumen, la comprensión de todo lo esencialmente grande y bello, por lo que no importa derramar sangre y sacrificar la vida».

Aunque casi siempre se refiere Domeyko a la conquista de Chile, no implica esto menos adoración para otros conquistadores. Con motivo del bautizo de su segundo hijo, escribe el investigador a Laskowicz:

«Le han dado el nombre de Hernán y Esteban. La madre se encuentra excelentemente, y el niño sano y fuerte desde hace dos semanas. Que le dé Dios, al menos una pequeña parte de la fe católica que tenía aquel Hernán Cortes, que con 150 personas conquistó para la Iglesia un gran imperio — cinco millones de mexicanos». Deberían ser ciertamente grandes el respeto y la adoración.

La descripción anterior de la conquista de América Latina, tal y como la veía Domeyko, comprendida como un hecho heroico en nombre de una causa justa y desinteresada, como era el amor a Dios, y dirigida hacia gentes salvajes, impías, crueles y engañosas, sólo parcialmente tenía sus raíces en el profundo clericalismo del científico. No casualmente, opone el autor de Mis Viajes la fiereza y violencia indígena al, idealizado por él, carácter español, en el que veía «orgullo, gravedad, dignidad, caballerosidad y vigilancia» recordándole fuertemente a la clase noble polaca. Muchas palabras dedica Domeyko a expresar su pena por la progresiva atrofiación de estas cualidades. «Va cayendo y debilitándose el antiguo carácter español y con él la verdad, la razón y el sacrificio» — escribía el profesor de mineralogía — «el viejo carácter español pierde la fe y la nobleza», «desaparece poco a poco aquella simplicidad, bondad y caballerosidad española». 

Indios. 

Las ideas de Domeyko expuestas arriba, parecen contradecir la opinión establecida, según la cual el científico es presentado como defensor de los indios. La fuente de esta opinión fue su libro dedicado a ellos. 

Se estaban acercando los últimos meses de su contrato firmado con el gobierno chileno hacia seis años. Por eso escribía Domeyko a Mickiewicz el día 10 de abril de 1845:

«Este año, como si fuera a la despedida de las costas chilenas marché a visitar las provincias del sur, recorriendo todo el territorio habitado por los salvajes araucanos, que mantienen hasta ahora su independencia sin dejarse vencer nunca».

No casualmente emprendió Domeyko este viaje. Poco antes le llegó al científico, el histórico poema heroico La Araucana. Su autor era Alonso de Ercilla y Zuñiga, uno de los participantes en la expedición contra los indios arauca. Este soldado, que luchaba a las órdenes del, anteriormente nombrado, conquistador Pedro de Valdivia, tomaba parte en los años cuarenta del siglo XVI en las despiadadas batallas contra esta tribu que defendía su independencia. Las expresivas y conmocionadas descripciones del poema, han pesado tanto en el ánimo de Domeyko, que decidió visitar personalmente las tierras habitadas por los famosos indios arauca.

Después de realizar este viaje en el verano de 1845, publicó la obra titulada Araucanía y sus habitantes. «Aparte de las investigaciones fisiográficas, habla del estado corporal y moral de los araucanos, e igualmente da orientaciones para su gradual civilización en el espíritu cristiano». Este era, con toda seguridad, un trabajo pionero, al menos por tocar un tema que hasta ahora era obstinadamente evitado. Por esto, resulta interesante oír declaraciones de sus contemporáneos sobre aquel estudio. El famoso historiador chileno y ministro de instrucción pública, Miguel Luis Amunátegui, autor de una biografía sobre el científico, escribe así de la obra del polaco:

«El estilo de este trabajo con toda su carga poética, es pintoresco, parecido a numerosas descripciones de Humboldt. Como en otras obras suyas, Domeyko fue capaz, también aquí, de expresar pensamientos científicos en forma muy viva, demostrando así, que con gran provecho se pueden unir las cualidades de científico con las de literato».

El mismo autor cita también la valiosa opinión de Andrés Bello, excelente poeta y primer rector de la Universidad de Santiago, que estimó la obra como «interesante desde el punto de vista geográfico, moral y también político para [tener — traductores] una imagen acertada, de las costumbres araucanas y [base — traductores] para la discusión filosófica sobre el importante problema para Chile, que es la esencia de la civilización de esta raza, tan difícil de someter».

Demos la palabra al mismo autor de la obra, quien en la carta al general José Santiago Aldunate, enumera los motivos que le movían cuando escribió aquel trabajo: 

«No escribía para la prensa, pero si usted reconoce que la obra vale la pena, lo puede hacer. Escribiéndola tenía la intención de inducir a los jóvenes chilenos a viajar por el interior de su país y a buscar inspiración en la bella naturaleza chilena, en la vida social de sus habitantes, en el pasado y futuro de su Patria, y no en los secretos de París o Londres que son tan ilusorios».

En su trabajo proponía Domeyko, tratando el tema con la mayor brevedad, la pacífica misión cristianizadora que, en su opinión, devolvería gradualmente a los indios a la sociedad, y al tiempo les separaría de la perniciosa influencia de la civilización contemporánea, radicalmente odiada por el científico. Domeyko deseaba asegurar a los araucanos su propio camino de desarrollo, pero al mismo tiempo rodeándoles de la tutela de la iglesia, que velaría por las costumbres y la fe de los «salvajes». La máxima de este trabajo, traducido a muchos idiomas, era la frase: «los beneficios materiales no le dan al hombre civilizado el derecho, y más aún, no le crean la obligación de hacer obedientes a estos a los que considera retrasados en el camino del progreso; porque para mí estos beneficios no merecen la carga de pólvora quemada y todavía menos, exponer la vida de alguno de estos filántropos que muestran tan fervoroso amor por los salvajes; tal propaganda significaría una simple conquista». 

Instrucción pública. 

El clericalismo y conservadurismo de Domeyko se percibe muy bien en su trabajo sobre la reforma escolar en Chile. En este aspecto se tomaba al científico como ejemplo de consecuencia y determinación. Ampliamente relata sus actividades, en su correspondencia con Władysław Laskowicz. En una de estas cartas a su amigo escribe Domeyko:

«El instituto de aquí, donde estaba mezclada la educación primaria y el colegio con la instrucción superior y universitaria, era un nido de ateísmo, orgullo y egoísmo, como sucede en los colegios franceses y alemanes. El ministro actual de instrucción pública, señor Lazcano, un hombre sinceramente devoto y buen católico, lo ha notado muy bien, y decidió efectuar cambios. No podía resistir su insistencia en que le ayudara, y según mi consejo, en estos días se va a realizar la división de aquel instituto en dos partes, es decir, en escuela semejante a las nuestras; dirección y gestión de la cual tienen que encargar a un cura, que hasta ahora era el rector del seminario de aquí, y escuela de instrucción superior — para abogados, médicos e ingenieros — cuyo ,mando y organización me han dado a mi. Así vamos a tratar de llevar el orden, la vida devota, la disciplina y humildad al colegio, cultivando más en los niños la observación de la fe que la erudición; a la instrucción superior se la tendrá que, si se puede, organizar de forma que de gente útil para el país, gente especial, defendiéndoles de doctrinas y teorías fatales».

El mantenimiento de la religión en las escuelas, e incluso la introducción de la vigilancia de la iglesia sobre la educación de la juventud, era en cierto modo el principal postulado del gobierno. En otra carta expresó el científico sus opiniones acerca del tema todavía más fuertemente:

«No [habría — traductores] nada más saludable para la instrucción pública — afirmaba el emigrante polaco — que toda, absolutamente toda la enseñanza estuviera en manos de los sacerdotes, a disposición de quienes han recibido la más alta ciencia, o mejor dicho la única y verdadera ciencia».

Luchando por incluir la religión en el programa de la enseñanza, fue Domeyko más obstinado que en otras muchas empresas, ganando en fervor y decisión incluso a los representantes del clero. Por esto, se quejaba de la escasa actividad de los sacerdotes, afirmando entre otras cosas: «estaba débilmente apoyado por el decano de teología presente en estas reuniones (del Consejo de la Educación Pública)». 

En la sincera y profunda creencia, y en poner en manos del clero la educación, veía también Domeyko el auxilio para la juventud, cuya «educación, estando dislocada, se aleja cada vez más de la simplicidad, seriedad, piedad y antigua nobleza española». El mismo, hay que anotar, quería educar a su hija para monja.

En el terreno de la instrucción pública, separaba Domeyko dos polos: de un lado, los logros de la enseñanza jesuita, que elogiaba y consideraba como los únicos justos, y por otro el sistema francés de educación unido, aventuradamente, con el nuevo estilo de vida, pérdida de los valores tradicionales, e incluso con el libre pensamiento y la descomposición moral. Así como al grupo de conservadores consideraba el científico continuador de la obra empezada en la enseñanza por los jesuitas, a quienes como ya se dijo servía con su experiencia y autoridad, al pensamiento y ciencia europeos, sobre todo al francés, identificaba normalmente con el partido liberal, encontrando en esto un argumento de crítica más. Objetivo especial de sus ataques eran algunos avances en el tema de instrucción pública. Entre otras cosas escribe Domeyko: 

«Bajo gobierno de los "pipiolos", partido extremo de los liberales, se trataba de poner en corto plazo a profesores letrados. ¡Franceses! Al llamamiento de los agentes en París han acudido enseguida, unos cuantos maestros liberales. El profesor de matemáticas, señor Losier, antiguo alumno de Lagrange y Laplace, fue nombrado rector; otro, Perrot, "livre penseur", profesor de filosofía. El sano entendimiento de "los pelucones", rápidamente se percató de lo que era aquello. [...] Al profesor de filosofía lo he conocido ya de tendero; vendía diversas bagatelas, papel, lapices y libros. ¡Qué libros!, se lamentaba, reprendía a todos, al mundo y a la civilización; murió al poco tiempo en este desgraciado estado».

En cambio escribió poco tiempo después: 

«Tras ellos fueron rectores otras personas, aunque menos cultos, eran más honrados, juiciosos y respetuosos con la religión».

En la lucha que mantenía Domeyko por la defensa del modelo conservador y católico en la enseñanza, y contra las concepciones traídas por — como decía Domeyko — profesores «importados» (aunque es claro, que el emigrante polaco también lo era, en cierto sentido) le ocupo al científico mucho tiempo. Todavía en el final de los años 60 y principios de los 70, combatía el profesor los avances liberales del nuevo ministro de instrucción pública, Abdon Cifuentes. Aunque no logró «para el bien de la ciencia» oponerse a la tendencia de popularizar los centros de enseñanza, tras la toma del poder por Aníbal Pinto, presidente liberal, se encontró Domeyko, en la cuestión de conservar la obligatoriedad de impartir religión en las escuelas, con fuerte y al final victoriosa oposición. «Ahora, cuando se trataba de un cambio radical, para deponer la religión del grupo de todas las demás asignaturas obligatorias, no había en el Consejo más que dos voces de la misma opinión que la mía — lamentó el científico en sus recuerdos. La mayoría predominó».

El papel que desempeñó Domeyko en los trabajos sobre la reforma de la enseñanza chilena, no era tan uniforme como lo enseñan los citados fragmentos de cartas y recuerdos. Además de frenar la evolución de la instrucción pública hacia la tendencia del moderno modelo laico, el científico polaco contribuía prácticamente a perfeccionar el sistema de educación en Chile. 

*

El pensamiento de Domeyko con toda seguridad puede ser considerado como muy conservador, tanto para la cuestión social como para la política internacional, instrucción pública, e incluso — separemos este tema — para el pasado y el futuro de la patria. También con toda seguridad, era el científico el sólo producto de la tradición polaca del siglo XVII; el pensamiento ilustrado, en pequeño grado ha encontrado reflejo en sus opiniones. Al igual que en la aceptación de las novedades era Domeyko muy retractado, con tesón cultivaba la tradición patriótica y nacional de los hidalgos polacos. Cierta idea de esto nos la da la descripción siguiente:

«La casita donde vivo es pequeña, humilde, pintada bellamente. Tengo aquí, para el invierno, un cuarto con chimenea repleta de retratos del rey Jan, de Kościuszko, de Leszczyński y del conde Józef; aquí en la mesilla ten­go a Wężyk, a Krasicki, cartas de Sobieski, recuerdos de Pasek, de Soplica, gramática e historia polaca, Piasty y nuestros poetas: Adam, Bohdan, Gó­recki y Witwicki». 

Junto con los recuerdos del antiguo esplendor polaco, guardaba el científico la viva imagen de su infancia, sublimada más con cada año pasado, y constituyendo mal criterio de apreciación de los hechos de los que era testigo. Aquel largo tiempo pasado en el extranjero, seguro ayudó a profundizar y consolidar sus ideas conservadoras. Numerosas opiniones sobre la gente con la que se encontró Domeyko, dejan determinar criterios generales y la base para su apreciación, donde en primer lugar estaba la fe católica, después el respeto a la tradición, sano juicio y moderación (parece que comprendidas de forma muy específica), y al final la ciencia. Es imposible no sacar la conclusión de que esto suena un poco extraño, recordando que Domeyko era un investigador, hombre de ciencia y descubridor de lo que, muchas veces, era aun desconocido.

No es difícil evaluar la amplia facilidad científica de Domeyko, porque su bagaje es tan enorme y universal que, sin duda, merece igualmente enorme admiración y palabras del más alto respeto. Por otro lado, era el emigrante polaco un tipo de anacronismo, como perdido en los vertiginosos cambios de la segunda mitad del siglo XIX. Atribuyendo, más de lo normal, importancia a las reglas tradicionales de comportamiento, tenía que entrar Domeyko en colisión con las nuevas ideas nacidas; porque sus palabras llenas de respeto refiriéndose al «viejo orden nobiliario», no hallaban comprensión en la gente. Sin embargo, no se puede olvidar que en su enorme amor hacia la patria, la sublimación de la espléndida tradición histórica era en legítima defensa contra la triste realidad de la desgarrada Polonia. Hay que recordar también que dio fama al nombre de su patria, y como escribía el poeta Adam Pług, «en el otro hemisferio del globo, con sus méritos, ganaba homenaje y amor para su tierra familiar».

***

No hay comentarios:

Publicar un comentario